¿Tenemos la Estela de luz que merecemos?

La Estela de luz, monumento que celebra el Bicentenario de la Independencia de México, la obra arquitectónica más importante de la administración de Felipe Calderón Hinojosa, tiene el sello de esas características que han marcado a los grandes actos del actual ocupante de Los Pinos: improvisación y desfachatez.

Pero en el fondo, tiene la característica de un pueblo como el nuestro, que bien se ve reflejado en el Laberinto de la soledad, de Octavio Paz. Donde describe esa faceta del mexicano portando su máscara solo en las fiestas, mientras que en la vida cotidiana somos opacos, pero ante la oscuridad y en nuestros momentos más funestos brillamos.

Con un retraso de 16 meses y un costo superior a los mil 575 millones de pesos, hace dos meses fue inaugurado el Arco Bicentenario, que llevó por nombre final, gracias a su autor el arquitecto César Pérez Becerril, Estela de luz. Proyecto que desde su presentación no solo contemplaba la edificación de una estructura mayor a los 107 metros de altura, sino además tenía como propósito construir un parque, con jardines y fuentes en una superficie mayor a las dos hectáreas, la cual uniría a Paseo de la Reforma, la Torre Mayor con la entrada al Castillo de Chapultepec, además en este mismo conjunto se planeó la edificación de una sala de exhibiciones debajo del monumento, en donde antes era solamente un lote baldío.

Aunque el proyecto era bastante atractivo, ya en los hechos nada de esto se concretó. Solo el monumento, cuyo presupuesto sufrió tres modificaciones por parte de la empresa III Servicios, quien realizó la construcción y estuvo a punto de perder la licitación. El incremento desmedido de los 200 millones de pesos iniciales a los mil 575 millones finales, derivó que esta construcción pasara del terreno cultural al político. Por lo que ahora está enfrascado en la Auditoria Superior de la Federación, porque se cree que algunos millones de pesos, fueron desviados para el pago de funcionarios públicos que nada tenían que ver con la obra y contraprestaciones de servicios por parte de desarrolladoras y algunas constructoras filiales a la constructora.

Si bien, hasta el momento los medios han tomado el papel de jueces en este “presunto” acto de corrupción, que ni ellos mismos han sido capaces de explicar la ruta que tomó este dinero entre gastos de construcción con el costo final del proyecto. Todo ello ha servido para generar más apatía, desinformación y golpeteo político entre el gobierno federal panista y el de la Ciudad de México perredista, pero en  poco se ha contribuido para hacer un paréntesis en esta lucha de poderes y reflexionar: ¿Realmente tenemos la Estela que merecemos?

Y es que comparar a este monumento con la situación actual del país, con lo que somos los mexicanos de siglo XXI. Viene a reconciliarnos con la Estela de luz y en todo caso defender la obra. De ser algo que se anunció como grande, término en algo soso, a destiempo, caro, como solemos mal gastar el dinero para las fiestas los mexicanos. La vemos con desinterés y una mirada indiferente, como la mayoría observamos la vida pública de nuestro país.

Con la sombra de la corrupción, que está presente en todo momento de nuestra vida cotidiana. Un monumento que no tiene ninguna pieza auténtica de esta nación, pero que en su conjunto todas esas estructuras extraídas de otras nacionalidades, nos refleja como espejo de agua la nueva identidad que ha venido adoptar el mexicano, ser diferente a su cultura propia para ser bien mexicano.

Un objeto alto, grande, único, que en la luz, en su plenitud, en gran parte de su tiempo permanece opaco como los cuarzos que lo componen, pero ante la fiesta y sobre todo en la oscuridad, brilla con gran intensidad, se ve única y fuerte.

Visto en el día parece un edificio inconcluso, un monumento que habla de la libertad y democracia, a los lejos refleja un país así, inconcluso, un país que a lo lejos y en la oscuridad brilla, pero que en realidad desde cerca y de día aún se observa como un país incompleto.

En realidad sí tenemos la Estela de luz que merecemos, y debe de permanecer, como está, incluso al final de su historia, se debe de incluir una placa, de toda la controversia que generó, en donde se culpe a las constructoras, a los caprichos del gobierno federal con el de la Ciudad de México, y viceversa, además del desinterés del ciudadano común ante su instalación, la improvisación y desfachatez de Calderón y sobre todo la vulgar falta de identidad que padecemos como pueblo a 200 años de lo que con algarabía llamamos nuestra fundación.

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